(Por C.M.) Desde que Los aviones se lanzaron a surcar los cielos de la región en 2017 parece que se hubieran propuesto acumular horas de vuelo a toda costa. Si ya se habían convertido en unos habituales de las salas santanderinas en los últimos meses, su plan de vuelo para las próximas dos semanas no podía venir más cargado: nada menos que cuatro escalas, la primera de ellas este jueves 20 de diciembre en el Zeppelim de Santander.
Se presentaban con banda completa —nuevo guitarrista incluido—, pero en formato acústico, lo que en la práctica se traducía en guitarra eléctrica, acústica de 12 cuerdas, teclado, bajo y batería sin bombo; menos volumen del habitual.
Su directo no se vio mermado por ello. Los primeros acordes de La laguna hacían presagiar una gran noche en la que los temas clásicos del repertorio se mezclaban con temas más nuevos que mantienen el nivel. El rodaje de la banda se empieza a notar, suena más compacta. Los recientes cambios en la formación han hecho que su sonido gane en matices y suene más limpio, tanto en los temas luminosos como en los de su vertiente más oscura y atmosférica.
Si tuviéramos que ponerle una pega a sus directos sería la timidez a los micros; es habitual en sus conciertos que la voz sea difícilmente perceptible. También es cierto que un público irrespetuoso que habla a gritos no contribuye a que su música se pueda escuchar con claridad en el bar, pero ése es otro tema.
Durante algo más de hora y media Los Aviones nos transportaron a través de su particular universo, permitiéndose incluso hacer un par de piruetas en forma de versiones, para acabar por todo lo alto con un tema de esos que van de menos a más y que está, sin duda, entre nuestros favoritos: Octavo Pasajero. Habrá que seguir la pista a la banda.
El aterrizaje de Los aviones en el Zeppelim
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