El grupo cántabro Templeton, una de las formaciones más singulares del panorama nacional, publica nuevo trabajo, Una mar enorme, y en #somos942 llevamos adentrándonos en sus nuevas canciones desde días antes de su lanzamiento para dar nuestro veredicto y repasar la carrera de la banda.
Problemas en el paraíso, preguntan siempre que me ven, como va el disco, […] va despacito pero va bien. De casi hermanos en la EGB, a distanciarnos más cada vez…
Uno de los temas que abren el nuevo trabajo del grupo torrelaveguense Templeton es la mejor declaración de intenciones posible. La formación publicó hace tres años y medio un álbum que suponía una evolución drástica en su carrera; pero que no fue bien recibido por el público (o al menos no fue tan bien recibido como ellos esperaban). Un tren de largo recorrido que retoma su camino en el nuevo trabajo de la banda. Una mar enorme (con una de las portadas más bonitas del año) también es arriesgado pero está lleno de grandes momentos como Largo Recorrido, cuya letra claramente autobiográfica abre este artículo. Una de las mejores canciones nacionales de los últimos tiempos.
Templeton llegó a la primera linea del panorama musical independiente con la publicación de su álbum de debut (Exposición Universal, 2009). Su salto al vacío se convirtió en uno de los álbumes nacionales más interesantes de la década pasada. Canciones de pop llenas de guitarras rabiosas e influencias de los años noventa. Es verdad que nos encontramos ante un disco disperso con ciertos altibajos pero deberías dejar de leer para escuchar himnos como Las casas de verano e invierno y Brasil. La iba a llamar, aunque quizás tantas horas al teléfono es un dineral. Y además para escuchar sus lamentos me lo voy a ahorrar. Y en su segundo trabajo (El murmullo, 2012) rescataron el pop de los setenta facturando preciosas canciones que reivindican la tradición que inauguraron grupos como Vainica Doble o Los Brincos (La balada acústica Los días y Miedo de verdad y en condiciones son imprescindibles, esta última con una letra tan cruda que da miedo). Miedo a verme reducido a nada, a que no te guste nunca lo que haga. Miedo del que hace temblar, puedo miedo a la verdad.
Su siguiente disco no seguía ni los derroteros de su álbum de debut ni su vertiente de pop clásico. Sintetizadores, toques de psicodelia y años ochenta para un álbum alabado por parte de la crítica que no recibió todo el apoyo esperado por parte del público. Y llega un difícil cuarto trabajo con una fórmula que parece clara: baladas cargadas de sintetizadores capaces de recordarnos a épocas pasadas como las preciosas melodías de Nube Gris (Quiero ir contigo a donde sople el viento, llevame, prometo no salirte caro y tal vez podamos ir a un sitio raro) y Me has dejado de gustar (Los nervios a flor de piel; hace tiempo que no estamos bien. Una sombra en la pared, la foto fantasma de lo que un día fue).
También encontramos momentos más acelerados, como la luminosidad de ¡Flash!, donde sobresalen ruidosas capas electrónicas; y momentos más arriesgados, como Marzo mayea, tema que adelantaron hace ya varios meses, una canción de diez minutos sin estribillo con toques psicodélicos que explota hacia el final y sin embargo funciona. Eso sí, no todo son halagos. Agua con sal o Remar no son malas canciones, pero desentonan frente a otros momentos del disco.
La historia de Templeton es al final de la de aquellos chicos que aprendieron a tocar en un local de Torrelavega y se asentaron en Madrid siguiendo su pasión por la música. Una pasión y unas señas sonoras de identidad que han mantenido a lo largo de su carrera y les ha convertido en una rara avis en el panorama musical nacional. Después de su primer álbum podían haber tomado el camino fácil, pero no era el suyo.
Portada de Una mar enorme